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BAJA CALIFORNIA NORTE

VIAJES Y TURISMO

Cuando en 1534 el español Fortín Jiménez desembarcó en una península ignota del norte de México, pensó en California, la isla -¿real?, ¿imaginaria?, ¿soñada?- de las amazonas, esas hermosas mujeres guerreras con armaduras de oro, que eran lideradas por la enjundiosa reina Calafia, personaje legendario de la novela Serga de Esplandían, escrita por Ordóñez de Montalvo.

Jiménez se equivocó. Las valerosas amazonas descritas por Ordóñez no vivían en la península. Nunca lo hicieron, pero el nombre de California se quedó para siempre, aunque ahora se discute su origen y hasta hay quienes dicen que el descubridor español no tuvo nada que ver en el “bautizo” de la misma, sino con misioneros de conocimientos ecuménicos que hablaban perfectamente el latín.

“Calida fornax” (caliente como un horno) repetían los extenuados y sudorosos hombres de Dios, al andar por estas tierras de sol casi infernal, pero los soldados que acompañaban a los religiosos, no podían pronunciar correctamente el latín, y para evitarse complicaciones lingüísticas empezaron a llamarla California.

Más allá de la anécdota, la historia cuenta que se necesitó mucho valor, pujanza y espíritu aventurero para conquistar esta tierra de apariencia inconquistable. Los primeros en internarse en la agobiante península fueron los jesuitas, franciscanos y dominicos, quienes a partir de 1697 fundaron 14 misiones para adoctrinar y educar a los indígenas cucapá, pai pai, kiliwa, kumiai y cochimí.

Las semillas del desarrollo se sembraron en las misiones. Con el paso del tiempo surgirían las villas y los pueblos, después vendrían las ciudades modernas, como Mexicali, la capital del estado de Baja California Norte (a 2,733 kilómetros de México DF), Tijuana, la urbe fronteriza más visitada del planeta y Ensenada (localizada a 188 y 257 kilómetros de Mexicali, respectivamente).

Los cimientos de las viejas construcciones de los religiosos siguen en pie, como un testimonio del pasado; pero no son las únicas huellas. Hay otras y son profundas y añejas y se remontan a los albores de la historia de la península, cuando los pobladores plasmaban sus vivencias en cuevas y galerías, legando a la humanidad la muestra más grande de pinturas rupestres y petroglifos que existe en el planeta.

Con una antigüedad entre los mil y 500 años hasta el momento se han descubierto 400 galerías con pinturas rupestres en Baja California Norte. Las imágenes causan sorpresa, crean interrogantes, despiertan admiración, especialmente el “diablito”, una figura antropomorfa de color rojo con trazos ondulados en la cabeza a modo de cuernos, localizadas en la galería El Vallecito.

Y si el viajero se agota de los lugares históricos, puede renovar su entusiasmo en las aguas del Pacífico o del mar de Cortés, especialmente en Ensenada, donde no escasean las playas provocativas, idóneas para la práctica de diversas actividades náuticas como el surfing y la pesca deportiva y, también, el avistamiento de aves, leones marinos y ballenas. Todas en su hábitat natural.

La aventura playera se debe de complementar con un suculento y delicioso menú marino. Una experiencia gastronómica inigualable que incluye una gran variedad de platillos de langostas y ostiones, además de sopas de tortuga y de aleta de tiburón. También hay que rendirle honores al filete imperial (camarones con tocino cocinado a la plancha) y a otros apetitosos potajes de sabores inolvidables.
Historia, playas y algo más: en Mexicali o Ensenada, también en Tijuana, no, sobre todo en Tijuana, la ciudad festiva y alborotada que sufre de insomnio. La puerta de entrada a México, donde todo es posible: hacerse rico en un segundo de suerte o encontrar el amor tras un guiño cómplice. Nada sorprende, ni siquiera los monos convertidos en jockeys, en las llamadas carreras de changos.

Baja California Norte es una tierra llena de magia y misterio, con un pasado lleno de leyendas acerca de los indios, hijos del desierto; los misioneros de la fe católica; sobre sus conquistas y derrotas, de una vida que sus antepasados prehistóricos testimoniaron en sus petrograbados. Es decir, una tierra que no puede dejar de visitar.

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