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BARRANCAS DEL COBRE

VIAJES Y TURISMO

El ferrocarril Chihuahua al Pacífico parece sufrir al recorrer la geografía abstracta de las Barrancas del Cobre; entonces, cada estación, cada pequeño pueblo -colonial o minero, siempre empolvado- se vuelve un remanso que le sirve para recuperar fuerzas y reiniciar con ímpetus renovados su andar temerario entre abismos serpenteantes.

Y el viejo “corcel de hierro” comienza a devorar los rieles y durmientes de una de las rutas ferroviarias más asombrosas del mundo, un espléndido recorrido que permite admirar los cañones, lagos y cascadas de las Barrancas del Cobre, un lugar mágico cincelado por la persistencia del tiempo y la fuerza de la naturaleza.

La geografía indómita de las barrancas se originó hace 30 millones de años, cuando sucesivas explosiones volcánicas desgarraron las entrañas de la llamada Sierra Madre Occidental. Las inmensas cantidades de lava y ceniza generadas por las erupciones se esparcieron en toda la zona, convirtiéndose con el tiempo en uno de los entornos paisajísticos más deslumbrantes del país.

Un espacio natural que no sólo impacta por sus poderosas hondonadas (más profundas que el mítico cañón del Colorado) y atemorizantes desfiladeros, sino también por sus enhiestas montañas, soberbias cascadas, tupidos bosques y las especies de flora y fauna que habitan en los 600 kilómetros de longitud y los 250 kilómetros de ancho que tiene esta área del estado de Chihuahua.

Por la profundidad encañonada de sus depresiones, la zigzagueante estrechez de sus caminos, la prestancia de sus montañas y la belleza de sus lagos y lagunas, las Barrancas del Cobre son un proverbial escenario para la práctica deportiva, especialmente la escalada en roca y el rapel, pero también el trekking, el ciclismo y la cabalgata, por citar sólo unos “platillos” de la carta aventurera.

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BARRANCAS DEL COBRE – MEXICO TRAVEL AND TOURS
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Aunque, en honor a la verdad, la adrenalina se desboca ni bien comienza el viaje. Un periplo apasionante pero agotador, sobre todo si uno es pasajero de ese tren centenario, aguerrido y monumental, que fuera construido por las empresas estadounidenses que explotaban las riquezas minerales de la zona.

El tren Chihuahua-Pacífico, es, sin duda, una de las mejores maneras de conocer las Barrancas del Cobre. No importa si el recorrido dura 10 ó 12 horas, tampoco si las paradas son demasiado largas o si hay muchos túneles y puentes, lo único que interesa es deleitarse con el panorama o con el pintoresco trazado urbano de los 12 pueblos que están a la vera de los rieles.

De orígenes coloniales o surgidos por la explotación minera, los pueblos de las Barrancas del Cobre se ufanan de su sencilla prestancia de edificios centenarios y callecitas polvorientas; pero, a pesar de su entrañable encanto, el origen humano de estas tierras no se encuentra en sus plazas e iglesias, sino en la inmensidad de la Sierra Tarahumara, como también se le llama a esta área.

A pesar de lo difícil de su paisaje, las barrancas fueron habitadas desde tiempos prehispánicos por numerosos grupos indígenas (más de un centenar), los cuales fueron diezmados por el maltrato de españoles y mestizos. En la actualidad sólo existen descendientes de las etnias tarahumaras, tepehuaes, pimas y guarijíos.
De todos ellos, los tarahumaras son la población indígena más numerosa. Se les conoce también como rarámuris (hombres de pies ligeros) debido a la velocidad con la que corren. Por la complejidad de sus territorios, viven en zonas aisladas o en modestas granjas, dedicándose a la caza y agricultura. Sólo visitan los pueblos para vender artesanías

Los tarahumaras aún conservan sus viejas tradiciones y costumbres. Su religiosidad es una muestra del sincretismo entre lo prehispánico y lo occidental, porque en sus altares se adora a Cristo y los santos cristianos, pero también a los viejos dioses: Raiénari (Sol) y Mechá (Luna). En sus ceremonias se utiliza el peyote, una sustancia alucinógena.

El tren sigue bramando por los sinuosos caminos de las Barrancas del Cobre. Sus profundas gargantas no dejan de deslumbrar a los viajeros, mientras los tarahumaras siguen desplazándose velozmente por la geografía accidentada. El tiempo sigue pasando. La vida continúa.

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