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Puebla Mexico

PUEBLA

VIAJES Y TURISMO

Y los ángeles descendían del cielo para trazar con finísimos cordeles de oro las calles y plazas que configurarían el rostro urbano de una naciente ciudad. Incansablemente dulces, los gráciles seres alados trabajaron con admirable destreza hasta que los ojos bendecidos de fray Julián Garcés -obispo de Tlaxcala- despertaron a la cotidiana realidad.

Asombrado y henchido de fe ante lo que el consideraba un mensaje divino, el obispo Garcés movió cielo y tierra (no precisamente para que caigan más angelitos) con el fin de que una de esas tantas semillas urbanas, que empezaban a germinar en el lato territorio mexicano, recibiera el nombre oficial Puebla de los Ángeles.

Su propósito fue cumplido. Puebla de los Ángeles existe, pese a que todos o casi todos la llamen simplemente Puebla, aunque la inspiración celestial de esos angelitos olvidados parece estar presente en cada calle o en cada ornamento o pedacito de cerámica que “tapiza” las fachadas de sus viejas casonas e iglesias.

La Puebla de hoy -con o sin ángeles- sigue siendo la Puebla de siempre: una ciudad virreinal que abruma por la monumentalidad de los templos y residencias cada vez más centenarios que copan su maravilloso Centro Histórico, un bastión del ayer con cerca dos mil edificios de incalculable valor arquitectónico, que se ufanan de su añeja prestancia.

Amplios ventanales e imponentes balcones forman parte de estas perlas civiles o religiosas, que si bien muestran muchas diferencias en sus estilos arquitectónicos (van desde el renacimiento hasta el barroco neoclásico) se asemejan por el uso casi omnipresente de la cerámica de Talavera, una versión mexicana -mejor dicho poblana- de un tipo de mayólica introducida por los dominicos a fines del siglo XVI.

Por estas y muchas otras razones, el Centro Histórico es considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1987, un justo reconocimiento al viejo pero aún vigoroso corazón de Puebla de los Ángeles (también llamada Angelópolis), ciudad fundada en 1531.

Lo que ocurrió después es fácil de explicar. La ciudad comenzó a crecer de a pocos y sus pobladores más ricos -quizás por fe, tal vez solo para asegurarse un lugar en el cielo- auspiciaban la construcción de conventos, iglesias y colegios religiosos. No importaba cuánto dinero se debía invertir ni el tiempo que demoraría la obra. No se debía ser mezquino con Dios.

Y la floreciente ciudad se fue poblando de imponentes templos, como la Catedral, una vistosa “casa de Dios” cuyas torres parecen peñiscar el cielo (¿será para que los ángeles bajen otra vez?) mientras gráciles querubines “juegan” a volar en su fachada; o la capilla del Rosario, conocida en su tiempo como la octava maravilla del mundo.

Los conventos de Angelópolis merecen una mención aparte, porque en sus claustros -hoy transformados en museos- se desarrolló más de un acontecimiento singular, como la creación del famoso mole poblano (estandarte gastronómico de la región) en la cocina del convento de Santa Rosa.

Mientras que el convento de Santa Mónica se convirtió en una “trinchera de la fe”, en el que decenas de monjas vivieron de forma clandestina por más de 70 años, para escapar de las leyes anticlericales promulgadas por el gobierno de la Reforma (1855-1861).

En aquellos tiempos, la iglesia era propietaria de la mitad de las construcciones de Puebla, un exceso que el gobierno liberal de aquél entonces (conocido como la Reforma) no estaba dispuesto a permitir, por lo que expropió y clausuró muchas sedes religiosas.

En sus inicios coloniales la ciudad cumplió un rol estratégico en el control de los pueblos aledaños y de las rutas comerciales entre Veracruz y la Ciudad de México.
Posteriormente, Puebla se revelaría como un importante centro agrícola e industrial, siendo la fabricación de las cerámicas de Talavera una de sus principales actividades.

Convertidas en un símbolo poblano, las coloridas cerámicas originarias del pueblo de Talavera, España, fueron introducidas por los monjes dominicos a finales del siglo XVI, pero de a pocos se comenzaron a crear azulejos distintos de los europeos, reinventándose las técnicas y los diseños.

La Casa de los Muñecos es un ejemplo notable del uso de las cerámicas de Talavera. En la fachada de esta vivienda de estilo barroco se aprecian 16 figuras humanas hechas de azulejo. Se dice que su primer propietario, el alcalde y regidor Agustín de Ovando y Villavicencio, ordenó la colocación de estas figuras, para burlarse de sus enemigos políticos.

Con sus marcados rasgos coloniales, la Puebla del siglo XXI es una ciudad pacífica y progresista. Es la capital del estado del mismo nombre y está localizada a solo 129 kilómetros de la Ciudad de México, siendo un destino excesivamente tentador para los viajeros que visitan la urbe más grande del mundo.

Pero Puebla no es solo arquitectura, sino también magia natural que se evidencia en sus espléndidos paisajes serranos, en sus bosques tumultuosos, en sus lagunas que reflejan el cielo y en sus provechosos campos de cultivo trabajados desde tiempos prehispánicos por toltecas, chichimecas, olmecas, nahuas y mexicas.

Raíces mesoamericanas que siguen vigorosas en Cholula, considerado el pueblo de mayor antigüedad de México, ya que es habitado de manera constante desde hace 25 siglos. En su tiempo de esplendor, la zona fue un importante centro religioso, similar a Teotihuacan, pudiéndose observar todavía algo de la grandeza de la fastuosa pirámide de Tepanapa.

Los encantos de Puebla se prolongan a los alrededores de su capital, siendo indispensable visitar los volcanes Popocatépetl (“Montaña Humeante”) e Itzaccíhuatl (“Dama Blanca”), las joyas principales de uno de los mayores parques nacionales del país.

Puebla abruma, seduce y conquista, con su soberbia arquitectura barroca, su exquisita y complicada gastronomía. Pero quizá lo más admirable sea el empuje de su gente, principal legado de sus primeros habitantes que construyeron una admirable ciudad, con la ayuda de esos ángeles laboriosos que trazaron las calles con sus cordeles de oro.

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