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CUERNAVACA

VIAJES Y TURISMO

Tierra cálida y querendona. Naturalmente bella, históricamente trascendente: Cuernavaca, la “Ciudad de la Eterna Primavera”, debe recorrerse de palmo a palmo y de norte a sur, para disfrutar de su sosegada belleza y descubrir -quizás bajo la sombra de los centenarios árboles del jardín Borda, tal vez en los campos de sus plácidas haciendas- por qué es un refugio de la calma, un paraíso de la tranquilidad.

Plácida y acogedora en cualquier época del año… no, perdón, en cualquier época de la historia mexicana. Se lee mejor y es más certero, porque el mismísimo conquistador de México Hernán Cortés se asentó en este lugar y construyó un palacio y vivió allí con su esposa e hijos y también tuvo haciendas, prósperas, inmensas, sembradas de azúcar.

Y fue por su aire sosegado y su cercanía a la capital del país, que en el siglo XIX, el emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota escogieron a la espléndida casona barroca del jardín Borda como su residencia de verano.

Pero el avieso dignatario también tuvo una finca (hoy el jardín Etnobotánico o casa del Olindo) en estas tierras. Allí ordenó la construcción en la parte de atrás de la mansión principal, de varios ambientes de estilo neoclásico que -según las malas lenguas- albergaron a su amante, la India Bonita.

No hay más que decir, Cuernavaca es y ha sido siempre un remanso de paz, y, en estos tiempos modernos, su serena cotidianeidad contrasta con la tumultuosa agitación de la Ciudad de México (a solo 90 kilómetros), convirtiéndose en una válvula de escape para los habitantes de la inquietante megalópolis.

En sus calles y plazas, en sus haciendas donde se sembraron las primeras plantaciones azucareras y en sus emblemáticos centros arqueológicos, el viajero encuentra los mejores remedios contra el estrés urbano: buen clima, gente cordial, museos, jardines, pueblos de cultura milenaria y de raíces prehispánicas, raíces fuertes, raíces chichimecas, xochimilcas y tlahuicas que se mantienen vivas.

Cómo olvidarlas, si fueron los tlahuicas quienes fundaron Cuauhnáhuac -hoy Cuernavaca, capital del estado de Morelos- entre los años 1250 y 1300 d.C.; cómo no recordar el origen náhuatl de los tlahuicas; cómo ignorar que la prosperidad de sus campos, y su cercanía al centro del poder azteca, alimentó los afanes expansionistas de sus casi invencibles vecinos.

Los valerosos tlahuicas resistieron casi cuatro décadas los embates enemigos; pero, en 1398 d.C., el gobernante méxica Huitzilihuitl, ya cansado de guerrear, decidió desposar a Miahuaxóchitl, la hija del líder tlahuica. Después del estratégico enlace, el señorío de Cuauhnáhuac se convertiría en uno de los mayores tributarios del imperio azteca y la pareja tendría un hijo: Moctezuma I.

El dominio azteca sería reemplazado por las avasalladoras fuerzas españolas. Hernán Cortés y sus huestes ingresarían triunfalmente a la Cuernavaca prehispánica, el 13 de octubre de 1521. Ensoberbecidos por su triunfo y decididos a imponer sus ideas y creencias, los occidentales destruirían los templos y palacios indígenas, para levantar iglesias, conventos y las viviendas de los nuevos gobernantes.

El majestuoso Palacio de Cortés -hoy sede del museo de Cuauhnáhuac- fue una de las primeras viviendas erigidas en la ciudad conquistada. Sus cimientos se “sembraron” sobre un antiguo palacio tlahuica, en el que -presumiblemente- se habrían guardado los tributos que se entregaban a los mexicas.

La fisonomía colonial de Cuernavaca se fue imponiendo poco a poco. Se destruía para construir. Lo hispánico reemplazaba a lo mesoamericano y donde antes hubo un teocalli (nombre que recibían los templos indígenas), los frailes franciscanos erigieron, entre 1526 y 1552, un celestial complejo religioso que sería ascendido a Catedral en octubre de 1891.

A pesar de sus afanes por borrar todo rastro mesoamericano, Cuernavaca conserva uno de los pocos monumentos tlahuicas del país: los Templos Gemelos de Teopanzolco, “redescubiertos” en 1910, cuando las huestes de Emiliano Zapata colocaron sus piezas de artillería sobre una colina para bombardear el centro de la ciudad en plena Revolución Mexicana.

La zona arqueológica presenta dos recintos de carácter religioso, semejantes al templo mayor de Tenochtitlan, no solo por su estilo constructivo, sino, también, por ser un lugar de veneración de Huitzilopochtli (dios de la guerra) y Tláloc (dios de la lluvia). Teopanzolco fue levantado entre los años 1150 y 1350 d.C., siendo considerado entre las edificaciones más importantes del señorío de Cuauhnáhuac.

La aventura turística en Cuernavaca no se reduce a los límites de la ciudad. Más de un puñado de razones obliga al viajero a seguir explorando… y es así como se descubren las fastuosas haciendas, otrora importantes ingenios azucareros, hoy soberbios hoteles de arquitectura tradicional, pero con las comodidades de la vida moderna.

Si el viajero aún no agota su inquietud, debe “escapar” hacia Chalcatzingo, un complejo arqueológico que se caracteriza por sus esculturas y bajorrelieves en piedra; o visitar Xochicalco, donde habría funcionado un centro de altos estudios, al que acudían los sabios y eruditos de las naciones mesoamericanas, para intercambiar conocimientos astronómicos y perfeccionar sus calendarios.

Y hay más por hacer y ver. Tepoztlán, un pueblo milenario en el que la celebración de la virgen de la Natividad se confunde con los festejos a Tepoztécatl, dios de la fertilidad, el pulque y el viento. Otros atractivos indudables son la pirámide de Tepozteco, el ex convento dominico y el tianguis, una colorida feria en la que aún se practica el trueque.

Quienes gustan de la naturaleza y los deportes extremos, el lago de Tequesquitengo los espera con sus envidiables escenarios naturales y su soberbia infraestructura turística. Aquí se puede nadar y pasear en lancha, también “domar” una moto acuática. Igual de sorprendentes y tentadoras son las pozas del Parque Natural de las Estacas y del Parque Nacional Lagunas de Zempoala.

En Cuernavaca los atractivos no solo entran por los ojos, también se saborean. La exquisita gastronomía del estado de Morelos se concentra en su capital, donde siempre es posible disfrutar de ese gustito mestizo que marca a sus célebres tortillas de maíz, a sus carnes a la brasa y a sus salsas siempre picantes.

Rodeada de sierras y una vegetación semitropical, la ciudad primaveral atrae desde siempre a todos aquellos que buscan tranquilidad. Bendecida por un clima que promedia los 20° grados centígrados, heredera de una marcada impronta colonial y sustentada en sus raíces culturales que se remontan a tiempos prehispánicos, Cuernavaca no deja resquicios para el aburrimiento.

Venga y convénzase.

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